lunes, 13 de abril de 2009

Sangre y dolor: Una mujer con “pantalones”

Una continuación pretendida a a la novela “Santa Evita” contada por Tomás Eloy Martínez
Arlene Reyes Sánchez

La calle estaba desierta; los pasos de Evita se escuchaban. “No había muerto”, decían aquellos que la amaban, pero el silencio, el frío y la turbulencia que hay en el alma cuando se llora de soledad son inevitables, insoportables.

El último instante, aquel en el que Juan Perón la recordaba con nostalgia, contagiaba y entristecía a todo el que lo miraba.
“Ella tan hermosa, tan humilde, no necesitaba un vestido de seda para llenar de elegancia cada lugar, cada espacio”, le decía Perón, a la luna, a las estrellas.

María Eva Duarte de Perón, yace en la brisa fresca de una primavera sin colores. Esa primera dama de Argentina. Fue una mujer sin tabúes, sin restricciones, defensora de los derechos humanos, del valor de la mujer, conocedora del sacrificio del trabajo. Ahí estaba el cuerpo inmóvil de aquella que no tuvo las manos blandas para luchar, sin importar lo que esto le costase.

Un cadáver secuestrado, una población sin respuestas, con una ciudad acosada por la dictadura y la injusticia, descifraba, aquel momento final...en el que la muerte parecía hablar.

“Mi amada llevaba un sombrero, aretes de plata, sencillos, pero lo que más recuerdo es esa amplia sonrisa que cada mañana me motivaba a seguir, a seguir amándola”, así manifestaba Juan, el recuerdo hacia su santa, la Santa Evita.

Mientras, María Eva, en una tumba sin féretro, manifestaba su sed de justicia, de verdad, en una sociedad donde el abuso del poder podía más que la razón, que los sentimientos.

“Todos estábamos ahí, en el lugar de los hechos. Había velas, olor a flor de mentiras, de venganzas”, cuenta un ciudadano argentino, fiel admirador de Evita.

En la piel de Eva Duarte

“Santa” para el pueblo argentino, por su devoción y lucha en pro de los humildes, con sus labios carnosos y rojos, sostenía su patria en cada papel que sus ojos leían.

Amante de la literatura, una dama soñadora, de actitudes firmes y sólidas, odiaba las matemáticas un tanto o igual que la injusticia y la soberbia.
Inteligente y segura de sí misma, demostró a su país que aunque el mundo le tiraba piedras siempre había que dar flores a quienes dañaban y alteraban el puro latir de su corazón.

“En el lugar donde pasé mi infancia los pobres eran muchos más que los ricos, pero yo traté de convencerme de que debía de haber otros lugares de mi país y del mundo en que las cosas ocurriesen de otra manera y fuesen más bien al revés. Me figuraba por ejemplo que las grandes ciudades eran lugares maravillosos donde no se daba otra cosa que la riqueza; y todo lo que oía yo decir a la gente confirmaba esa creencia mía. Hablaban de la gran ciudad como de un paraíso maravilloso donde todo era lindo y extraordinario y hasta me parecía entender, de lo que decían, que incluso las personas eran allá "más personas" que las de mi pueblo”, escribió Eva de Perón en el año 1951, en el texto “La razón de mi vida, el dolor de los humildes”.

Evita, sin embargo, al llegar a la vida de la ciudad, se dio cuenta de que estaba equivocada, de que “aquel entorno sólo goza de grandes privilegios, pero el corazón se agota en “el ojo por ojo, diente por diente”.

María Eva Duarte de Perón, la “Santa Evita”, duerme con un vestuario de guardián de guerra, con la mirada firme y el puño cerrado para enfrentar las atrocidades del poder...En su discurso lleva el sabor a sangre y a dolor, pero en su cuerpo se visualiza ese verde grisáceo de una mujer con pantalones...

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