martes, 6 de agosto de 2013

Y tú… ¿Qué das?

Es necesario, es preciso y es urgente. Preocupa mucho el cómo estamos viviendo. Hace minutos, escuchaba la canción de Juan Luis Guerra: ‘El costo de la vida’, y la verdad es que pareciese una musa escrita hoy, y no en 1992. Ocasiona pesar visualizar que “nos modernizamos tanto”, que nos estamos convirtiendo en una tierra de torres, de elevados y de grandes centros comerciales; pero vacíos de valores. Recientemente, casi toda la sociedad, estaba en revuelta por la situación vivida en un bar de Santo Domingo, cuyo nombre nunca lo concebí de inspiración y menos de curiosidad, pues qué importancia tendría ir a un espacio que enuncie una cualidad negativa del ser humano. Luego, comprendí, que es eso parte de una nación que camina de tal manera. Somos criticones, mas no críticos. Siempre andamos viendo la paja en el ojo ajeno, y no en la nuestra. Y la verdad es que de santos, poco tenemos. En nosotros, viven las poesías, las tonterías y las locuras, pero en pocas situaciones sobresale la coherencia. Calumniamos, mentimos; tomamos venganza como si el mundo fuese individual. Somos intolerantes con nuestros amigos y familiares. Estamos llenos de piedras en los riñones, pero piedras de falta de perdón; de angustias; de rencores; de falsedades. Y quizá por eso fue que un día, Mahatma Gandhi, comprendió que si seguimos a “ojo por ojo, el mundo acabará ciego”. Por qué no dejamos de lado tantos sentimientos de oscuridad y nos dedicamos a profesar amor. ¿Has pensado en que mañana puede ser muy tarde? El momento es ahora. Que la vida no tenga que golpearte fuerte para tomar una decisión de importancia. Una decisión que puede traer consigo sanidad y paz espiritual. Hace poco, me tocó presenciar una de las escenas más bellas: Un niño caminaba por la calle, y le pidió a su madre que se detuviera, retrocedió su paso y fue corriendo hacia un pequeño huerto de flores que se extendía en el paso. Arrancó una flor y la regaló a su madre. Un instante inolvidable para mi vida, siendo lo más bello: Ver la sonrisa en el rostro de esa madre. El amor de Dios es así de infinito e incondicional. Un amor ágape. Dios está en los pequeños, pero grandes detalles de nuestras vidas. Empecemos a ver la belleza de existir, obviando la tristeza y la oscuridad que nos agoniza. Y tú… ¿Qué das?

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